Aunque desperté a eso de las seis de la tarde ya sabía que el día sería largo, siempre lo es. Me hice unos huevos revueltos y después pasé más de una hora eligiendo qué chaqueta ponerme. A eso de las nueve llegué a casa de mi hermana. Ésta me agarró del brazo y gritó "¡mirad que hermano más elegante tengo!", mi madre dijo "te queda bien el pelo así", mi padre dijo "qué tal, hijo", y Héctor dijo "ayúdame a mover esto". Enseguida llegó más gente, gente de nochebuenas y entierros, y mantuve con ellos conversaciones que siempre giraban alrededor del recuerdo. Mientras cenábamos me sentí ligeramente agotado y mientras brindábamos me sentí espantosamente sólo. Unas horas más tarde volví a casa, pero no podía dormir, así que me senté en el suelo del salón, abrí una botella de champán y escuché de un tirón los cuatro primeros discos de Serrat. Dos veces. En el intervalo hice muchas cosas. Reproduje conversaciones que jamás sucedieron, pinté bigotes en la portada del "Country Life", mezclé Moët Chandon y Aquarius, y sufrí un ataque de pánico al tener por un instante la sensación de que estaba comenzando a olvidar su rostro. Cuando se me pasó metí unas cosas en una bolsa de viaje y me fui al aeropuerto. Tomé un vuelo a un lugar con mar y, al fin, arriba, instalado en mi asiento, conseguí echar una cabezada. Soñé que despertaba en una cama de hospital y mis familiares me daban la más terrible de las noticias. Al llegar a mi destino tomé un taxi y le pedí al conductor que me acercase al acantilado más cercano. "Espere aquí", dije al llegar. Frente al acantilado saqué de mi bolsa dos alfiles y los lancé con todas mis fuerzas hacia el mar, y después me senté en el suelo ya que las lágrimas empañaban mis ojos de tal manera que temí tropezar y caer al vacío. De regreso al taxi el conductor me preguntó si estaba bien, y yo le dije que me llevase de vuelta al aeropuerto. La idea al ir era quedarme allí, donde fuese, lejos, unos días, pero de repente esa idea había dejado de tener sentido, si es que alguna vez lo tuvo. Esta vez tuve que esperar más de tres horas para que saliese el primer vuelo libre. Siempre hay más gente que vuelve, que gente que va. Una vez en el aire conseguí echar otra cabezada, y soñé que despertaba en una cama de hospital y Meredith Grey me llamaba idiota y me decía que con el dinero gastado en vuelos habría podido comprar los regalos navideños de todos los míos. Ya de regreso, me acerqué al bar donde había quedado con estos. Allí un amigo me dijo "a ver si el año que viene dejas algo para los demás" y luego añadió "no, en serio, enhorabuena, te lo mereces", y otro amigo chocó su copa con la mía y dijo "¡que en el 2008 te vaya igual de bien, cabrón!", y una amiga me dijo "quiero muchísimo a mi novio pero tú y yo tenemos que encontrar un hueco para echar un polvo". Unas horas después me fui a casa, pero se me había ido la mano y seguía sin poder dormir. Tampoco me apetecía escuchar al puto Serrat. Estaba exhausto. Así que me quedé sentado, en silencio, en el suelo del pasillo. Te lo mereces. Miré el reloj. Las 5 de la mañana. 26 de Diciembre. Te lo mereces. Te lo mereces. Y una mierda.
Feliz Navidad.
miércoles, diciembre 26, 2007
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