martes, octubre 02, 2007
Yo me quedaré aquí siempre, viviendo del amor de las mujeres
Un tipo se acerca en el bar y me pide fuego. Se lo doy. Me ofrece un cigarro. Le digo que no fumo. Dice que es curioso que a pesar de no fumar lleve fuego. Ya ves, respondo. Luego me pregunta si voy mucho por allí. Eso es, está ligando conmigo. Escondiendo mi, creo, leve homofobia - todos los hombres heterosexuales la padecen, de una manera u otra, no crean al que les diga lo contrario, esto viene de las cavernas y no hay nada que hacer al respecto - invento una excusa poliédrica y me lo saco de encima. Me sucede a menudo. Martina dice que es porque tengo cara de niña, pero yo siempre le respondo que eso es una contradicción y un sinsentido, aunque igual no lo es, igual es de lo más normal, qué sé yo. Más madera: esta mañana he quedado con RL, amigo, maestro, titán, y hemos charlado de nuestras chiquilladas mientras empujábamos el carrito de su bebé por el parque. En un momento dado, un chaval se ha acercado y nos ha dado unos flyers para un garito con un nombre inconfundiblemente gay. Nos ha tomado por dos tíos paseando un hijo adoptado o inseminado a medias, supongo. RL ha dicho que eso sólo le pasa cuando va conmigo. "Cuando el río suena agua lleva", ha añadido, descojonándose. Y supongo que de alguna manera debería sentirme halagado, e igual es eso lo que pasa, igual es por eso por lo que ahora voy y escribo esto tan intuyo que vergonzante que escribo, por vanidad. No sé por qué coño me estoy justificando. En fin, también les puedo contar que más tarde me he sentado en un banco y he contemplado las correrías de una manada de niños que alborotaba junto a uno de esos columpios tan asépticos que se han puesto ahora de moda y que se asemejan a enormes correctores bucales. Les he visto empeñarse en persecuciones desestructuradas, brearse a empujones porque sí y desgranar gritos prehistóricos, hasta que me he fijado en sus madres, quienes me miraban de soslayo, dudando si no sería yo un pervertido al acecho de sus retoños. Así que me he levantado para irme de allí, para escapar, y al pasar junto a ellas he comprobado cómo sus expresiones viajaban rápidamente de la sospecha al alivio. "No hay de qué preocuparse, no es ningún pervertido. Tan sólo un pedazo de maricón".
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