viernes, agosto 24, 2007
No sabemos a lo que jugamos
He pasado la mañana con un adulador, lo que a no ser que esté de resaca -en cuyo caso me da igual- me parece una de las peores maneras de gastar una mañana. No se me ocurre mayor indicativo de que alguien te desprecia que su abuso del halago excesivo, pero aquel parecía ser el peaje necesario para al fin cobrar una vieja deuda, y la pasta es la pasta. Ha sido tal el festival de lisonjas y cumplidos que a punto he estado de experimentar un proceso de combustión instantanea, aunque al final ha quedado todo en un par de arcadas. Otro yo quizás le hubiera dejado con la palabra en la boca, pero este yo se ha quedado esperando el cheque, pues ya ha aprendido a lidiar con las menudencias, las propias y las de los demás. ¿Sabían ustedes que las chicas más guapas también son las que más roncan? Pues eso es lo que digo. Luego he estado viendo pisos de alquiler con Laura, quien también ronca como un demonio, que quiere mudarse, y mientras ella saltaba de ventana en ventana, de estancia en estancia, hipnotizado el casero ante el banquete, prisionero de las profundidades abisales de su escote, yo regateaba el precio. La estrategia ha funcionado a la perfección, quizás deberíamos dedicarnos a esto de manera profesional, si no es eso de alguna forma lo que ya hacemos. Luego hemos ido a celebrarlo a un vegetariano espantoso donde me ha dado por decir que mi sueño sería vivir como un ermitaño durante, digamos, seis meses o un año. Sin tener el menor contacto con otros humanos, con la única compañía de un puñado de criaturas silvestres: pajaritos de colores, simpáticas ardillas, inocentes cervatillos. Huelga decir que eso ni es mi sueño ni me apetece lo más mínimo, pero he defendido mi postura con tanta soltura que incluso he estado en un tris de llegar a convencerme. ¿Sabían que a veces encuentro más fácil el defender las causas ajenas que las propias? Pues eso es lo que digo.
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