Está bien esto de llevar un diario. Sirve para, por ejemplo, acordarte de qué le regalaste a tu sobrino por su último cumpleaños, y evitar así repetirte. O para recordar cuándo fue la última vez que despertaste abrazado a un retrete, eso también. Te vas a marzo y mira, ahí está, el día de las dos estudiantes de filosofía. Aquella vez la taza al menos era mía. Esta vez no. Esta vez no es de nadie. Bueno, sí, de un hotel. Ni siquiera es el baño de mi habitación, es la de ella. Vamos a peor. Me he levantado, he salido del baño, me he puesto los pantalones y he abandonado la habitación andando de puntillas, tan rápido que juraría que me he dejado algo. Sí, los zapatos en la mano, a medio vestir. Sí, soy de esos.
Estuve viendo a Uffie. Uffie estuvo bien, y hubo mucha más gente que el año pasado a causa de la que están liando con Justice. Pero, bah, a quién coño le importa un concierto. Los conciertos son como los incendios: no importa cuántos apagues, siempre surge otro. A la mierda los conciertos. De lo que de verdad me apetece hablar es de las parejas rotas. Porque se me ocurre que existen dos tipos de personas: los que ante una ruptura echan la culpa al otro, y los que se echan la culpa a sí mismos. Si son ustedes de estos últimos, fuera de aquí, largo, no les quiero cerca. Pusilánimes. La primera regla de toda relación, si pretende uno sobrevivirla, conservarse, es: "la culpa siempre la tiene el otro". Siempre. Y si lamentan aquel día lluvioso en el que no cogieron el teléfono para llamarla y decirla cuánto la querían, piensen que el mismo trabajo le habría costado a ella hacerlo. Y si lamentan aquel día, en aquel andén, en el que no se decidieron a echar a correr tras el tren, piensen que mucho menos trabajo le habría costado a ella bajarse. Y si lamentan aquel día en el parque, cuando ella se despidió y desapareció entre los árboles y... los árboles y las lágrimas y... Los árboles. Mierda.
lunes, junio 18, 2007
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