Se acercó con sigilo, se situó a mi espalda y colocó sus manos sobre mis ojos.
- ¿Quién soy?
Ni idea. No tenía ni idea de quien era. El timbre de su voz no me resultaba familiar. En absoluto.
- Venga, dí, ¿quién soy?
Traté de concentrarme en su olor, buscando una fragancia conocida. Nada. Ni idea. Finalmente me soltó y se colocó frente a mí. Tenía las mejillas sonrosadas, era de mi altura y estaba embarazada. Reconocí en sus ojos el equívoco; no me conocía. Me había confundido con otro. Pero no por ello perdió la sonrisa. A continuación, para mi sorpresa, cogió mi mano y la llevó a su vientre.
- Mira, toca. Está dando patadas.
Noté un golpe seco y luego otro más suave. Levanté la vista, aturdido, y ella soltó una leve carcajada. Después se alejó mientras se despedía con un brazo en alto.
- ¡Ya nos veremos por aquí!
Seguí recorriendo los pasillos del teatro, algo desorientado, y fue entonces, al doblar una esquina, cuando me topé con Silvia. Nos quedamos mirándonos el uno al otro, sin saber qué decir. La noche había sido muy larga, habían pasado demasiadas cosas. Demasiadas como para ser capaces de asimilarlas en apenas unas horas. Demasiadas como para poder ahora dedicar una conversación a cualquier trivialidad. Y así permanecimos, el uno frente al otro, mirándonos a los ojos. Mudos. Petrificados. Dos estatuas de sal compartiendo una misma Gomorra. Finalmente, sin pensarlo demasiado, sin pensarlo en absoluto, cogí su mano y la conduje hasta mi frente.
- Mira, toca. Está dando patadas.
miércoles, junio 06, 2007
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