Voy a serles sincero: hoy no tengo absolutamente nada de lo que hablarles. Todo lo que estos días me ronda en la cabeza son asuntos de los que no me apetece hablar, primordialmente porque son asuntos que tampoco me apetece pensar. Me dan pereza, les adivino la cojera a los muy hijosdeputa, sé que vienen con malas intenciones, y por tanto me limito a vigilarlos de soslayo y cuando los veo moverse echo a correr. No hagas hoy lo que puedas dejar para mañana. Así que hoy no toca nada. Si tienen algo mejor que hacer, como pulverizar los geranios o dar de comer a Vicente, el simpático hamster que tanta compañía les hace, vayan, vayan, no se corten, que hoy no se van a perder nada.
Lo que sí que puedo hacer es compartir alguna de las conversaciones que ayer tuvieron lugar en ese bar en el que acabé tras marcar los nueve números de la muerte. Ya les dije que no podía dormir, así que opté por darle al problema un enfoque agresivo. O sea, al bar, que ayer era buen día para salir en esta ciudad, sobre todo para aquellos a los que no nos disgusta que nos piropéen señores con bigote. La cosa finalmente se dispuso en formato tranquilo, y acabamos hablando alrededor de una mesa. Alguien sacó un tema de actualidad: el de que el Gobierno ha pensado en atajar el grave problema de la cocaína entre nuestros jóvenes creando cuadrillas de gente cuya intención no sea punitiva ni disuasoria, sino meramente educativa. De tal manera que cuando alguna de estas personas de bien vea a alguien en un bar consumiendo estupefacientes se acercará y le dará razones del por qué aquello que hace no es bueno. Le hablará, qué sé yo, de la familia como refugio o del deporte como alternativa. No me digan que no es magnífico. Piénsenlo. No, en serio, piénsenlo. Visto que no funcionan la amenaza carcelaria ni lo del gusano, esta vez se recurrirá a pillar al consumidor in fraganti y proceder a cortarle el rollo, un pesao mediante. Dios, es magnífico. No me digan que la política de altura no es fascinante.
Un poco más tarde surgió un tema recurrente en una mesa como aquella, compuesta de gente que por vicio, oficio o beneficio escucha más música de la que debe. El de "la mejor primera frase de una canción de la historia de la música". No tardó en salir, por supuesto, el clásico "Jesus died for somebody's sins, but not mine" de Patti Smith. Un poco más tarde apareció la necesaria mención a los Beatles, en esta ocasión en la forma de ese -yo hubiera elegido otra- "you never give me your money, you only give me your funny paper". También surgieron el más punk "Take a look at these hands! Take a look at these hands! The hand speaks!" que cantaban Talking Heads, magnífica, ni el "the only way to feel the noise is when it's good and loud" de Motorhead, declaración de principios donde las haya. Finalmente, aprovechando un breve silencio, me animé a defender que ese honor le debía corresponder nada menos que a la gran Marifé de Triana y su "en una esquina cualquiera con sus ojos me encontré, y mis veinte primaveras se me pusieron DE PIE". Lo dije de corazón, pero todo lo que obtuve fue una gran cosecha de risas. Me pasa muy a menudo. No se me toma en serio. En fin, supongo que habrá cosas peores. Como ser Jorge Bucay, por ejemplo.
viernes, junio 29, 2007
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