Podría pasarme aquí la vida entera, contemplando esta magnífica vista. Eso me dice Sarah, subida en lo alto de mi tejado. Yo le respondo que podría pasarme allí la vida entera, contemplando su cara pecosa y sus ojos color miel. Se lo digo porque he hecho propósito de, esta vez, tratar de ser más cálido, pero en realidad lo que siento es un poco de frío, así que bajo del tejado, entro en casa, pongo un disco y abro un libro.
Al poco baja Sarah y se sienta a mi lado. Dice que podría pasarse la vida entera en ese sofá, escuchando esas canciones tan arrebatadas. Yo le respondo que podría pasarme la vida entera con las manos entre sus cabellos, rojos como un delirio. Se lo digo porque he hecho propósito de, esta vez, tratar de ser más cálido, pero en realidad lo que siento es un poco de aburrimiento, así que comienzo a darle vueltas al tema de los propósitos, a la conveniencia de fingir que se es lo que no se es, y a lo poco saludable que resulta el medirse a un ideal.
También me he propuesto ser, esta vez, más sincero, así que supongo que ahora debería contarle a Sarah que ayer le toqué las tetas a una uruguaya rolliza experta en poesía francesa del siglo XIX. Pero no lo hago, ya que en este caso el propósito de sinceridad entraría en colisión con el propósito de calidez.
He hecho otro propósito más, el de no volver a discutir jamás, con nadie. Y este sí me animo a compatirlo con Sarah. Sabes, he decidido no volver a discutir con nadie, jamás. Pero en cuanto la última de esas palabras sale de mi boca me doy cuenta de que la he interrumpido, de que ella me estaba contando algo. Y descubro que he tocado un punto sensible. Al parecer Sarah detesta sentirse desatendida. No lo soporta. Se enfada. Y me pregunta, impertinente, si también me he propuesto no escuchar a la gente cuando habla.
Yo le digo que no, que eso no me lo he propuesto. Y luego le cuento lo de la uruguaya.
lunes, mayo 07, 2007
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