viernes, febrero 09, 2007
A veces sopla un viento triste y frío
El miércoles transcurre calmado hasta que Sebas se pasa por mi casa para ver el partido de la selección y trae aceitunas, pepinillos y una botella de vino. El partido apenas nos exije en lo emocional, por lo que al cabo de no más de media hora él ya se encuentra sumergido en un periódico del día y yo en un libro de letras de canciones de Radio Futura que Sebas lleva en su mochila, ajenos ambos al guirigay de triangulaciones, contundencias y pases al hueco. Sebas pasa páginas sin rumbo fijo y y al rato se anima a apuntar que le gustaba bastante esta chica que se ha muerto, la hermana de la del telediario. Dice que le gustaba su mirada. Yo hago notar mi extrañeza dado que desde que le conozco tan sólo le he visto alternar con rubias, y él me responde que tal modelo de conducta no es fruto de un patrón sino del mero azar. Pues bueno. Más tarde abunda en sus necrofilias y me cuenta que también le gustaba la Loyola, la ministra aquella tan altiva. Dice que le gustaba su voz. No me jodas, Sebas, cómo te va a gustar esa, apunto, y él habla entonces de miradas inabarcables y gestos de intensa contención, y así hasta quedarse en un tris de convencerme. Para esas cosas yo soy muy fácil y él muy bueno. Se hace necesario añadir que toda esta conversación se desarrolla bajo los parámetros de una profunda condescencia, como si la mantuviesen dos adolescentes presumidos, que al fin y al cabo es lo que somos, ya que ambos tenemos bien presente quién viene arropando nuestros anocheceres de un tiempo a esta parte. En su caso una donostiarra de cabellos de oro y anatomía de banquete, y en el mío un puto clon de Paz Vega. Y ya, ya sé que está feo que yo lo diga, pero qué cojones, es lo que hay: toneladas de vanidad y, claro, la inmodestia no en su vertiente impostada sino en la que requiere una militancia. Qué les voy a contar. En fin, que un poco más tarde Sebas se pone el interruptor en serie B y me pide que me imagine alcanzado por una maldición demoniaca que provocase el deceso inmediato de todas aquellas mujeres que me gustasen siquiera un poco. Pues vaya faena, no iba a quedar ni una, compañero, ni una. Por cierto, gol.
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