Lo reconozco, yo fuí uno de esos afortunados que celebraron el paso de la adolescencia a la edad adulta con un bello y luminoso hostión. Sí, con una galleta, un sopapo. Y me gustó tanto, lo redondo del movimiento, lo sincronizado del juego de manos, que, presa de un caracter ingobernable, me acerqué y me llevé otro par. Para que no se me alarmen los sensibilizados con el caso-Jokin, diré que aquellos eran otros tiempos, los 80, una década en la que crecer no era sencillo, con los más variados peligros acechando tras cada esquina: la heroína, las peleas entre barrios, las enfermedades venereas, los pantalones de pinzas... No era inusual entrar en un bar y ver a gente entonando el Y.M.C.A de Village People al ritmo de "chope!, yo no quiero jamón, yo quiero chope!". Sí, así de peligroso. Así que era fácil cometer errores, y no era aún políticamente incorrecto el solucionarlos a las bravas. Y punto, que ya no voy a entrar en más detalles sobre aquello porque, tan merecido como me lo tenía, no me dejaría en buen lugar.
El caso es que últimamente, e hipnotizado por uno de los dos componentes básicos de la nostalgia, la impredictibilidad (el otro es la inoportunidad), de vez en cuando, ante la contemplación de ciertos adolescentes, y no necesariamente los más díscolos, recuerdo mis años mozos y pienso para mis adentros: "hay que ver qué bien le venía a éste un buen soplamocos". Yo no soy así, de natural, así que tal apología de la violencia tiene un por qué, como todas las apologías, y es este: he visto un capítulo de la, al parecer, longeva y exitosa serie americana "Gilmore Girls", y me he topado con Rory Gilmore, papel interpretado por la melosa Alexis Bledel (que hay que ver qué rica estaba en "Sin City"). Por ponernos en antecedentes, la serie trata de una mujer, Lorelei, madre-amiga soltera desde los dieciseis de la tal Rory, una chavala adolescente, y de los problemas de ambas con los hombres, la familia, la amistad, la vida, ya saben, lo de siempre. Decir que el argumento queda invalidado desde el primer momento por la elegante presencia de Lauren Graham (Lorelei), que hace absolutamente increíble creer que semejante bellezón haya tenido que criar ella sóla a una hija. Yo la hubiera ayudado gustoso a cuidar no ya de una hija, sino de siete hijos y cuatro gatos si hubiese hecho falta, y seguro que no soy el único. Bueno, el caso es que la tal Rory es de un repipi, de un redicho, de un cándido, de un sabelotodo, de un divino, de un PERFECTO, que le hacen exclamar a uno "que su madre espabile ya y le suelte a esta niña un buen bofetón, ¡por Dios!". En el capítulo que he visto hoy, Rory llevaba a su novio, un jovencito guapetón (obviamente), ocurrente (claro) y multimillonario (por supuesto) a casa de sus abuelos, y su catálogo de miraditas y frases ocurrentes han hecho a Rory, la odiosa Rory, acreedora de mi desprecio más visceral. Lo malo es que creo que van ya por la sexta temporada y aún no le han dado su merecido, como sigan así se les va a hacer tarde y eso luego ya no hay quien lo arregle, aviso. Esto en 'Matrimonio con hijos' no pasaba.
lunes, diciembre 19, 2005
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