Me limitaré a exponer fríamente los hechos, a pesar de que el hecho de ser el narrador podría permitirme darle al protagonista, yo mismo, un perfil más amable. Y no quiero entrar en la génesis del asunto, pero sí diré que fue un asunto que finalizó con ella diciéndome (más o menos) eres insoportable, no sé cómo pude confiar en tí, eres un impresentable, mira que me lo dijeron y no me lo creí, de dónde coño saliste, lo tuyo es grave, no sé cómo puedo ser tan idiota, y además (y esto, textualmente) preferiría que me descargasen cuarenta mil watios en el higo antes que pasar un sólo minuto más contigo. Sí, como suena, no dijo voltios, dijo watios.
Aquella tarde, presa de un agudo sentimiento de culpa, y con lo de los cuarenta mil watios retumbándome en los oídos, procedí a vender en acto de penitencia mi copia original del 'Kinda Kinks' de los, eso, Kinks, por ocho mil pesetas, para, a los tres meses, comprar de nuevo la misma copia por doce mil. Lo que me lleva a preguntar: ¿alguna vez le habeis puesto precio a vuestra catadura moral?, ¿alguna vez habeis medido cuánto vale vuestro arrepentimiento? Yo sí, ya veis, y el mío vale cuatro mil pesetas. Veinticuatro euros de nada.
La ilustración, de Thorsten Hasenkamm.
jueves, diciembre 29, 2005
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