domingo, noviembre 30, 2008

Ese pretexto mío

No quiero que te vayas, dolor, última forma de amar. Me estoy sintiendo vivir cuando me dueles, no en ti, ni aquí, más lejos: en la tierra, en el año de donde vienes tú, en el amor con ella y todo lo que fue. En esa realidad hundida que se niega a si misma y se empeña en que nunca ha existido, que sólo fue un pretexto mío para vivir. Si tú no me quedaras, dolor, irrefutable, yo me lo creería; pero me quedas tú. Tu verdad me asegura que nada fue mentira, y mientras yo te sienta, tú me serás, dolor, la prueba de otra vida en que no me dolías. La gran prueba, a lo lejos, de que existió, que existe, de que me quiso, sí, de que aún la estoy queriendo.

Pedro Salinas.

martes, noviembre 25, 2008

Juegos de mesa

Si quieren jugar a adivinar cómo es alguien en la cama, absténganse de buscar la clave en sus maneras de diario. La personalidad más retraída puede mutar en festín, la más extrovertida en pedernal. No, si de veras quieren saberlo pónganle a jugar al Pictionary. "Follamos tal y como jugamos al Pictionary", ahí les dejo un buen tagline y una verdad como un templo. Anímense a hacer la prueba, ustedes que son personas decentes, con sus parejas, aquellos a los que hicieron dos promesas, de fidelidad y amor eterno, de las que ya hace tiempo que saben que como mucho podrán cumplir una. Verán que risa. Yo, si ahora jugase al Pictionary, resultaría extremadamente académico. Si me saliese la palabra miedo dibujaría a los teleñecos, si me saliese la palabra aburrimiento dibujaría un despertador. Sin estridencias, ni un alarde, un ejemplar de manual, pues me hallo inmerso en un preocupante viraje hacia la vulgaridad, cuando antes me daban cuchilla, alcohol y algodón y daba gusto verme, el Mengele de las sábanas, un artista. Provocando asfixias hacía gala de una precisión milimétrica y mi repertorio de ligaduras era infinito. Pero ahora el material quirúrgico, el aparato electrostático, el doble nudo japonés, no son más que un recuerdo, acaso una pluma, acaso ese navío frágil olvidado entre dos ríos. Ahora si alguien me dice "cariño, vamos a lacerarnos el sartorio" sólo puedo pensar en qué pereza ponerse a esterilizar todo el instrumental. Y si alguien me dice "cariño, vamos a aplicarnos 200 voltios en los pezones" sólo puedo pensar en su impacto en la próxima factura de la luz. Y si alguien me dice "cariño, suspéndeme" sólo puedo pensar en qué pereza tener que revolver en el trastero para buscar poleas y arneses y gag balls. Y estoy preocupado, pues temo que todo esto no sea síntoma de astenia otoñal ni tampoco rasgo de madurez, sino la avanzadilla de una enfermedad que acabe propagándose hasta afectar a órganos vitales. Y tengo miedo. Temo despertar un día y al mirarme al espejo descubrir que me ha salido una hipoteca.

miércoles, noviembre 19, 2008

La cebolla

Uno de mis principales empeños en la vida ha sido el de ir espantando amigos. No es tan difícil, todo es ponerse. El estudiar en siete colegios de seis nacionalidades distintas y el haber nacido cebolla ayudaron a fijar el tono, lo demás ha sido coser y cantar. Consejos no puedo dar muchos, más allá del nunca orillar la certeza de que los demás siempre te ven mucho más mediocre de lo que te ves tú, o el que a los amigos hay que tratarlos como a los gatos, pues a la que les acorralas te dejan perdido de arañazos. A pesar de todo aún me quedan unos cuantos, muchos más de los que merezco, gente que parece embarcada en una misión o algo, no les entiendo. Martina, por ejemplo, no crée en la teoría de los gatos. Martina me llama en cuanto pasan tres días, y me regaña, ¿tú por qué no me llamas nunca?, y me lleva a tomar café a sitios repletos de mujeres bellísimas, y me habla y me roza y me mira a los ojos indiferente al peligro que eso supone. Ahora Martina ha tenido un hijo, pero no conmigo, así que la felicidad no es completa. Yo no es que me crea merecedor de formar una familia junto a semejante diosa, no, por supuesto, para nada. Pero eso, que me jode, y lo digo para que conste: me jode.
Ayer noche una mujer con exceso de entusiasmo levantó los brazos tal que así, ajena al hecho de que los techos abuhardillados provocan una mayor proximidad del material luminotécnico, y le dio un manotazo a mi queridísima lámpara verde, la cual rebotó contra el techo y se hizo añicos, uno de los cuales fue a clavarse en mi muslo derecho. Luego se sacudió de encima unos trozos de cerámica, fijó la mirada en la puñalada verde de mi pierna y, simpatiquísima ella, empezó a reírse. A carcajadas. La monda. Y yo me enfadé, me enfadé muchísimo, un enfado exagerado, de los de brazeo y baba, de los de tartamudeo y me cago en Dios, y no por la risa -bastante bonita- ni por la lámpara -de las de diez euros- ni por la puñalada -medio centímetro, en peores nos hemos visto-, sino porque Martina ha tenido un hijo, pero no conmigo. Y me jode. Ya está. Me jode.

miércoles, noviembre 12, 2008

Un balón, una consola, una bicicleta y un lanzallamas

Enfrentado a un día de ocio estratégico -hay ocasiones en las que no hacer nada, no levantar el teléfono, hacer esperar, es inversión y por tanto ocio remunerado-, y dado que sumergirme a esas horas en la última aventura de Hitomi Tanaka bien podría empujar el resto de la jornada hacia la más absoluta estupefacción, he optado por acudir a un hervidero de delincuencia y descargarme un juego de motos, una sinfonía de rendiciones milimétricas y renderizados supersónicos, con sus pixel shaders y sus frames a todo trapo, diversión asegurada para mayores y pequeños. Y he cargado un circuito complicadísimo y condiciones de mojado, una odisea, y he acelerado y sin pestañear me he estampado contra el primer muro que he encontrado. Adrede, claro. Pero ha sido todo muy decepcionante, el dolor virtual como fuente de satisfacción no vale nada, ni un rasguño, ni una secuela emocional, adrenalina de cuarta, nada. Así que lo he desinstalado. Vaya mierda. Mi aproximación a la juguetería siempre fue igual, una insatisfacción tras otra. Mi madre recuerda a menudo unas navidades, siendo ñajo, en las que me regalaron todo un batallón prusiano de muñequitos de plástico perfectamente equipados, y cómo minutos después me encontraron asomado al inodoro, dejando caer los soldaditos uno a uno, y tirando de la cadena al grito de "¡muere!". Esto último, lo del grito, bien pudiera ser el tradicional recurso dramático familiar, nada serio, pero ahí queda. Unos años más tarde, y esto sí lo recuerdo bien, tendría once o doce años, me regalaron una bicicleta -demostración evidente de que a esas alturas mis padres ya habían perdido el hilo-, y lo primero que hice con ella fue coger carrerilla e ir a estamparme contra la perfumería del barrio para que su dependienta, una mujer transparente a la que amaba con locura, un amor pre-adolescente y suicida, acudiese a auxiliarme. La bici quedó siniestro, y yo casi que también, pero aún considero la imagen de aquella mujer de manos irreales aplicando alcohol y algodón sobre mi rodilla ensangrentada uno de los más reconfortantes recuerdos de mi niñez, a la vez que sintomático aperitivo, quién sabe si incluso génesis, de lo que estaba por venir.

miércoles, noviembre 05, 2008

Teta que mano no cubre

Mi buen amigo JM anda estos días muy ilusionado pues ha quedado este fin de semana con unos amigos de la infancia para celebrar un cumpleaños o un aniversario o algo, festejo que han decidido llevar a cabo no con la común excursión a Pedraza a comer cordero ni reservando la planta baja de una hamburguesería de confianza y a bailar, sino alquilando un apartamento y llenándolo de putas. Ah! el discreto encanto de los anhelos a corto plazo, ah! cuán felices aquellos que no se plantean si el hoy es ese instante eterno o acaso la milésima de segundo que transcurre entre lo que ya no será y lo que haya de ser, pues saben que el hoy es, simplemente, el día en el que se darán un homenaje a-la-romana.
- Qué, ¿te apuntas?
- Pues mira, no.
En otro orden de cosas, procedo a comunicarles dos decisiones que acabo de tomar, de las de tamaño fundamental. En primer lugar, les comento que he decidido experimentar con una nueva aproximación, levemente más conservadora, hacia la medicina recreativa, lo cual sin duda redundará en beneficio de todos. Y, en segundo lugar, sepan que he decidido engalanar mi fondo de pantalla con la imagen de, a ver cómo lo digo, dos tetas como dos soles. Ea. Asistentes al espectáculo de la reedición siglo XXI de la parada de los monstruos, habitantes de un tiempo en el que el deseo ya no se mide en incrementos de la frecuencia de los latidos del corazón sino en tamaños de píxel, no nos queda, hermanos, más opción que capitular y comenzar a rendir pleitesía al nuevo ídolo. Oh, gran Dios Píxel, por la presente yo, L.B., hijo de Leo y Nastia, edad 36 años, estado mental soltero, prometo serte fiel, en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y bla bla bla, hasta que la muerte nos separe, amén. Y eso. Que yo mucho mejor de lo mío.